Vacío
De contornos
y esperanzas,
de castillos sin entrada
y de tristezas sin salida.
De alimentos indebidos,
de pasiones trashumantes,
de canciones y de olvidos
dolorosos, fulminantes.
De mi voz que se bifurca
en el ocaso inexistente
de mí mismo.
De un antídoto y su ruta
para hacernos tan inertes
en el centro del abismo.
Me acordé quién fui,
quién supe ser.
Entendí mi voz en el universo
dentro de un grito desesperado
que pide auxilio y respeto.
Te esfumaste en la llovizna
del frío invierno de mi suerte,
junto al rocío de mi espanto
y al rincón omnipotente
de mi oscuro y oneroso llanto.
Tuve miedo.
Me sedujo la noche con su cáliz de plata,
me tentaron los astros detrás del silencio,
me anidó un enjambre de bocas sonrientes.
Me miraste con amor
del que no hiere, del que no daña,
ese amor puro, como de los sueños
que soñé en mis días tiernos.
Me entendiste tal cual soy,
como un segundo en el viento,
mas un siglo en el intento
de amarme cuando estoy
en el firmamento.
Quise satisfacer
mi larga espera exorbitante,
mis años de espera infinita
y mi responso constante.
Me animé a buscar en ti
lo que siempre proyecté
en el intento de cargar con la cruz
que pusieron sobre mí mis padres.
Y es que no sirve copiar
ni basta corresponder,
aunque en mi caso el destino
se encargó de alumbrar mis tardes,
y mis noches, y mis días,
y mis años, y mi ciclo vital
junto a esos robles celestes.
Por eso busqué tu rostro
como quien nace del sol
y busca esconder su corazón
detrás del viento.
Me animé a entenderte divina,
como lo que siempre esperé,
como lo que ayer busqué,
y para quién tanto guardé
mi corazón.
Y pasaron los meses, los años,
las décadas.
Se tiñeron de engaños,
pasiones desorbitadas,
cadalsos inigualables
y oscuros desvíos
que me condujeron
inevitablemente
a un doliente y triste vacío.