miércoles, agosto 13, 2008



Vacío

De contornos

y esperanzas,

de castillos sin entrada

y de tristezas sin salida.

De alimentos indebidos,

de pasiones trashumantes,

de canciones y de olvidos

dolorosos, fulminantes.

De mi voz que se bifurca

en el ocaso inexistente

de mí mismo.

De un antídoto y su ruta

para hacernos tan inertes

en el centro del abismo.


Me acordé quién fui,

quién supe ser.

Entendí mi voz en el universo

dentro de un grito desesperado

que pide auxilio y respeto.

Te esfumaste en la llovizna

del frío invierno de mi suerte,

junto al rocío de mi espanto

y al rincón omnipotente

de mi oscuro y oneroso llanto.


Tuve miedo.

Me sedujo la noche con su cáliz de plata,

me tentaron los astros detrás del silencio,

me anidó un enjambre de bocas sonrientes.

Me miraste con amor

del que no hiere, del que no daña,

ese amor puro, como de los sueños

que soñé en mis días tiernos.

Me entendiste tal cual soy,

como un segundo en el viento,

mas un siglo en el intento

de amarme cuando estoy

en el firmamento.


Quise satisfacer

mi larga espera exorbitante,

mis años de espera infinita

y mi responso constante.

Me animé a buscar en ti

lo que siempre proyecté

en el intento de cargar con la cruz

que pusieron sobre mí mis padres.

Y es que no sirve copiar

ni basta corresponder,

aunque en mi caso el destino

se encargó de alumbrar mis tardes,

y mis noches, y mis días,

y mis años, y mi ciclo vital

junto a esos robles celestes.

Por eso busqué tu rostro

como quien nace del sol

y busca esconder su corazón

detrás del viento.

Me animé a entenderte divina,

como lo que siempre esperé,

como lo que ayer busqué,

y para quién tanto guardé

mi corazón.


Y pasaron los meses, los años,

las décadas.

Se tiñeron de engaños,

pasiones desorbitadas,

cadalsos inigualables

y oscuros desvíos

que me condujeron

inevitablemente

a un doliente y triste vacío.